Amantes del Toro

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miércoles, 11 de abril de 2012

Cornadas de espejo

Cornadas de espejo

Muchos son los toreros que lucen en sus rostros heridas de guerra. Cicatrices dibujadas por afilados pitones.
Se presumía antiguamente entre la torería de lucirlas y era casi un honor salir en las fotos con el rostro marcado por un toro.
Llevamos una racha terrible de cornadas en la cara en estos últimos tiempos.
La espeluznante y milagrosa de Julio Aparicio en Madrid, la de Miguel Abellán en Las Ventas,  la tristemente famosa de Padilla en Zaragoza y la no menos terrible de Ángel Teruel hace unos días en Francia.

Abellan herido en Madrid en Junio de 2011.

 
Auténticos milagros suceden todas las tardes en las plazas cuando los pitones apuran las barbas de los toreros y no pasa nada.
Pero a veces el milagro no sucede y surgen escenas de terror indescriptible.
Algunas han sido mortales como la de Granero en Madrid en 1909. Otras dieron la vuelta al mundo como la de Franco Cardeño en Sevilla hace más de veinte años por la espectacularidad de las imágenes.
Los toreros son de otra pasta. Se de buena tinta que muchos han pensado dejar de torear al ver heridas tan tremendas en el rostro de otros compañeros. Pero se rehacen y vuelven a vestirse de toreros para salir a jugarse el rostro y la vida en cualquier sitio donde les anuncien.
Por eso debemos de recordar y subrayar la hombría y el valor de estos gladiadores del siglo XXI que salen en vivo y en directo a exponerse a morir delante del público que muchas veces olvida la grandeza del toreo y de los toreros.
Por encima de consideraciones estéticas o técnicas; vayan por delante  la admiración y el respeto por un tío que se pone delante de un animal salvaje por amor al arte. Olé!



2 comentarios:

  1. En este mundo tan rápido y mecanizado, casi de ciencia ficción en muchos aspectos, aún hay un terreno -el del toreo-, dónde el torero sigue siendo un ser casi mitológico, lo más parecido a un semidiós al más puro estilo de la mitología clásica.

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  2. Hoy el ser humano normal pretende nacer, crecer, reproducirse y morir de la forma menos incómda posible, eludiendo el dolor y buscando el placer. La emoción se vive digitalmente, en el cine o con la play station, alejada, aséptica, barata ...
    Por eso el toreo es una excepción entre las actividades humanas, integrando el ritual del riesgo, el sufrimiento y la muerte en la cotidianeidad del individuo.
    En la lucha por la vida todos llevamos las condecoraciones de guerra que nos recuerdan nuestros pequeños heroismos (despidos, negocios frustrados, amores fallidos, gestos de amistad no correspondidos); hay quien las oculta en el currículum o a la familia y hay quien las admite; incluso hay quien las escribe o las filma. Los toreros llevan las cicatrices como muestra de que son personas, incluso que son "más personas" porque arriesgan su vida hermosa y gallárdamente ante su gente. En ningún lugar mejor que en el rostro, que dicen es el espejo del alma.

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