OTOÑO EN EL CAMPO BRAVO.
Las lluvias copiosas de este
otoño han dejado un manto verde que tapiza de pasto fresco la dehesa brava.
Este año ha aflorado una bonita otoñada.
Estamos en Noviembre y es tiempo de planificar la
cubrición. Es en este mes cuando los ganaderos echan los sementales a las vacas.
Un solo macho para un extenso lote de hembras.
Tres o cuatro meses donde el
rey de la dehesa se encargará de transmitir su buena simiente a los vientres de
las elegidas como madres. De esta forma se aseguran parideras en los meses de
verano para que las crías tengan más posibilidades en los benignos climas estivales.
La humedad por las recientes
lluvias forma un velo de luz tenue entre los verdes y los grises del cielo
entoldado. En la mañana la bruma envuelve toda la dehesa después de la fría
noche. La visión del imponente semental reburdeando, encendido por la cercanía de las
hembras, sobrecoge. Camina arrogante entre encinas y carrascas; encelado con
una hembra que inicialmente le ignora con indiferencia. El toro busca la ocasión
de realizar la monta y es la hembra con esquivos y respingos la que le marcará
el turno.
Los becerros recíen nacidos
siguen a sus madres que se encampanan ante el que ose a cruzarse en su camino.
El celo materno es una de las fuerzas más grandes de la naturaleza. Cuando te
quedas mirando a su becerro te enseña las puntas y una llama se enciende en los
vivos ojos, como diciéndote que irá a por ti al menor movimiento.
Es una visión magnífica. Un
placer para los sentidos. La dehesa ibérica es un regalo de Dios. En todas las
estaciones del año.
El toro bravo se mezcla y adapta perfectamente en este paisaje creado para él. La conjunción de fresnos, encinas y pastos con los pelos negros y las blancas puntas de los pintores hacen un cuadro inigualable.
El toro bravo se mezcla y adapta perfectamente en este paisaje creado para él. La conjunción de fresnos, encinas y pastos con los pelos negros y las blancas puntas de los pintores hacen un cuadro inigualable.
Nadie podrá asegurar la
supervivencia de este incomparable paisaje ibérico como el toro bravo. Todavía
quedan espacios donde el hombre ambicioso y destructivo no ha metido su hocico.
La dehesa ibérica es uno de los últimos paraisos que debe seguir albergando y sosteniendo a la raza de lidia para
que sigan saliendo animales a los ruedos para emocionar con su bravura y su
fiereza.